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Jueves, 03 Marzo 2016 00:00

“Una educación musical de calidad en la infancia requiere una formación docente especializada” Destacado

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La revista Docencia, publicación del Colegio de Profesores, publicó recientemente una extensa entrevista a Marcela del Campo, académica y coordinadora de Docencia del Departamento de Música UMCE.


Su última edición (Número 57) fue dedicada exclusivamente a la educación artística y en este contexto, Marcela del Campo abordó la importancia de la formación artística, la formación debiera recibir un profesor que impartirá la asignatura de música en educación parvularia y educación básica, así como las políticas públicas necesarias para mejorar la educación musical en la escuela y la formación docente

¿Cuál es la importancia de la educación artística en la formación de las personas?

El arte ha existido de modo transversal en la historia de la humanidad, en todas las culturas y comunidades, abriéndose paso con la más amplia diversidad de formas y lenguajes: desde la ritualidad ancestral con sentido mágico y místico de las culturas originarias; las fiestas tradicionales que convocan a los pueblos por generaciones, hasta espacios especialmente construidos en Occidente, para la contemplación de sus obras: museos, salas de concierto, teatros, cines. Las creaciones artísticas se constituyen en testimonio y relato de la historia de los pueblos, llegando a ejercer funciones terapéuticas en la superación de experiencias tan traumáticas como las guerras, condición que explica la proliferación del arte en situaciones humanas extremas. En estos escenarios, el arte se constituye en un camino natural de expresión y contemplación, de autoconocimiento y reflexión. Es aquí donde hay que detenerse, en su comprensión como una actividad esencialmente humana, transversal a los tiempos y las culturas, que así como se ha manifestado ancestralmente en las comunidades del mundo, también lo ha hecho desde la más temprana infancia de cada ser humano.

Estamos ante una cualidad humana que en la infancia comparte el espacio con el juego, o más precisamente, formando parte de él. El juego, la exploración y la creación, son necesidades vitales que introducen a niños y niñas, no solo a su socialización, sino a la comprensión del mundo y su construcción simbólica, por medio de la percepción e interpretación de la realidad. El arte es una forma de experiencia y conocimiento que no puede ser reemplazada por otras formas expresivas o creativas, y es en esta condición que una educación artística de calidad debe ser un derecho fundamental que el Estado debe garantizar, desde la más temprana infancia. El derecho a la belleza en su más amplia diversidad cultural, en contextos de equidad, democracia y libertad, debe ser parte esencial de un currículum escolar nacional que busca formar una ciudadanía creativa, reflexiva y crítica, sensible, solidaria y cuidadosa de su entorno. Todas estas son cualidades contenidas en la práctica natural del arte y sus procesos de aprendizaje.

Y más específicamente, ¿cuál es la importancia de la educación musical en la infancia?

Una experiencia musical temprana que incorpore el canto, la expresión de melodías y texturas sonoras con sentido estético, la euritmia y la contemplación del entorno sonoro, permite el desarrollo de capacidades esenciales que trascienden lo artístico, fortaleciendo el desarrollo humano en su más profundo sentido. Por ejemplo, la música y las danzas tradicionales no solo desarrollan el sentido de comunidad y pertenencia, sino que su práctica en la infancia se constituye, por medio de la composición sonora y espacial, en un aprendizaje del sentido de la forma, de las estructuras lógicas, iniciando construcciones simbólicas desde la percepción sonora y el movimiento del cuerpo en el espacio; aprendizajes fundamentales para el desarrollo del lenguaje, del pensamiento lógico y sistémico sonora y estética de la música, surge de la emergencia de algo nuevo en el encuentro de sus elementos (ritmo, melodía, armonías, texturas sonoras), algo que es distinto a su forma y contenido, y que trasciende el desarrollo del pensamiento abstracto y la sincronía en el movimiento. Esto nuevo aparece en la experiencia sensible de expresión y contemplación musical, permitiendo en la infancia una comprensión del mundo, un modo de entendimiento, construido desde la sensibilidad y la emoción que involucra la experiencia musical; experiencias que deben ser generadas en espacios debidamente cuidados por los adultos, tanto en su sentido sonoro y estético, como de contención. Comprender por medio de la percepción estética de los sonidos, incorporando el cuerpo a través de la euritmia, la emoción y el lenguaje en los procesos de aprendizaje, instala cualidades humanas que, sin duda, contribuirían significativamente a la generación de climas de convivencia más armónicos en las escuelas, en torno a comunidades sensibles a la belleza, inclusivas y creativas en la resolución de sus conflictos.

¿Y cómo debiera ser la formación musical en la escuela?

Debe ser tan natural para los niños y niñas, como sistemática, ritual y lúdica, rigurosamente planificada por educadores preparados para ello y vivenciada por medio de experiencias que deben ser siempre musicales. Debe incorporar repertorio tradicional y de las músicas del mundo en su más amplia diversidad. La organización del tiempo en sus procesos formativos debe ser rítmico, es decir, sustentado en rutinas, que es lo que posibilita la instalación de hábitos en esta etapa. Me refiero a un trabajo musical diario, semanal y estacional. Debiera ser así desde la educación parvularia hasta, a lo menos, el primer ciclo básico, para luego ir incrementando paulatinamente las actividades musicales que propicien la introspección y el autoconocimiento. Al centro del aprendizaje y como actividades cotidianas, deben estar el canto y la euritmia, así como la escucha contemplativa con sentido estético y la valoración del cuerpo y su cuidado, como medio único e irrepetible de expresión y percepción musical. Me detengo en el canto, específicamente en la práctica coral infantil, como experiencia esencial de aprendizaje, no solo en el sentido de pertenencia a una comunidad, sino a una experiencia sensorial que hace posible la comprensión –en el propio cuerpo– de los elementos que constituyen la música (ritmo, timbre, melodías y texturas sonoras, armonías), sentando las bases para un desarrollo musical de mayor complejidad técnica, diverso en sus expresiones culturales y profundamente humano, en su sentido expresivo, perceptivo y testimonial.

La educación musical en la escuela debe, además, ser extraordinariamente cuidadosa de los espacios donde esta ocurre. Me refiero al cuidado sonoro de sus aulas y sus dimensiones espaciales, para la realización de actividades, tanto rítmico-corporales y de euritmia, corales e instrumentales, como de contemplación; a la valoración de espacios de silencio, comprendiendo que estos son esenciales para la existencia de la música y la generación de ambientes de aprendizaje armónicos; los instrumentos musicales y objetos sonoros, deben ser los adecuados en número y estado, siempre propiciando su cuidado; el lugar donde se aprende, debe ser un espacio de encuentro y contención, en torno a experiencias musicales y estéticas significativas. Estas condiciones pueden parecer un ideal lejano, sin embargo, no dependen tanto de un recurso económico, como sí de una cultura sonora, musical y estética, que debemos construir en las escuelas.

¿Y quién imparte actualmente la educación musical en la educación pública chilena?
Este es, probablemente, uno de los temas más sensibles de la educación musical en Chile y que vulnera el derecho a aprender en contextos de equidad desde la infancia.

En la educación pública, la educación musical temprana es responsabilidad de educadores generalistas, tanto en educación parvularia, como en educación básica, condición que inicia la más profunda inequidad en el desarrollo artístico de nuestros niños, niñas y jóvenes. Un educador generalista, que por cierto está capacitado para el desarrollo de aprendizajes esenciales para la vida, habitualmente no ha sido formado en iniciación musical en la infancia y, en consecuencia, no puede asumir con propiedad esta dimensión insustituible del aprendizaje.

En contraposición, existe una educación privada que con mayor acceso a recursos y proyectos educativos propios, habitualmente cuenta con especialistas en música desde la educación parvularia. Además, aquí las horas de libre disposición son destinadas a talleres de arte, ecología y deportes, entre otros, mientras que en la educación pública, este mismo tiempo se destina frecuentemente a más horas de computación o reforzamiento de asignaturas –ciertamente fundamentales– como Lenguaje y Matemáticas, pero que su sentido en la educación responde a dimensiones absolutamente distintas a las de la música. Una educación integral no puede construirse reemplazando ciertas áreas de aprendizaje por otras, que son incomparables. Ya debiéramos habernos dado cuenta de que más computación o su incorporación escolar más temprana, no nos ha hecho más desarrollados como país.

En enseñanza media, si bien es un especialista quien imparte la asignatura, es relevante destacar que la experiencia de la música para su transferencia al aula no solo se instala a partir de un programa de formación inicial docente, sino que esta está fuertemente mediatizada por la experiencia musical de los docentes en su propia vida, comprendiendo que en el arte no se puede trasmitir a otros lo que no se ha experimentado en la propia vida.

De acuerdo a su experiencia, ¿qué formación debiera recibir un profesor que impartirá la asignatura de música en educación parvularia y educación básica?

Una educación musical de calidad en la infancia requiere una formación docente especializada. No se trata solo de entretener a nuestros niños y niñas con música, sino de desarrollar sus capacidades expresivas, contemplativas y creativas, por y a través de la música.

Es significativo recordar que, en las escuelas normales, los profesores y profesoras primarios tenían una sólida formación musical y del uso del lenguaje hablado y escrito, fundada en la convicción de su impacto en la formación valórica de sus estudiantes. Sin embargo, hoy existen carreras de educación general básica, que han sacado la educación artística de sus planes de estudio. No es razonable pensar en un docente generalista sin una sensibilidad estética desarrollada. Paradojalmente, la formación inicial de especialidad en música, en sí misma, hoy no garantiza las competencias para su correcta transferencia en las distintas etapas escolares.

Debiera serlo, pero no siempre lo es. Esto ocurre en gran medida, por diferencias importantes entre los planes de formación que imparten las distintas instituciones del país, en una lógica iniciada en la década de los ochenta, en un contexto de crecimiento y desrregulación de la educación superior entregada a la lógica del mercado, que impactó dolorosamente la formación del profesorado. Es así que hoy existen, paralelamente, planes de formación inicial docente sólidos en lo musical, pedagógico y de reflexión en torno al arte y la cultura, y otros extremadamente débiles, que otorgan títulos profesionales similares.

En la Línea Didáctica y Evaluación de los Aprendizajes Musicales del Departamento de Música de la UMCE, tenemos un modelo para la transferencia de la música que se construye a partir de sus cualidades sonoras y culturales, por medio de tres ejes fundamentales: el desarrollo expresivo musical; el desarrollo de la percepción musical, es decir, la capacidad de contemplación con sentido estético de la música; y su valoración como testimonio de la cultura y camino de autoconocimiento. Esta comprensión del aprendizaje de la música, implica que las diferencias didácticas para los distintos niveles escolares están fundamentalmente en la profundización, complejización y modo de aprendizaje de sus mismas dimensiones y contenidos.

Dada la realidad de nuestro país, me parece factible y necesaria la convivencia de dos modalidades de formación: un profesor de música especialista desde su formación inicial –que ya existe– con las competencias para desempeñarse en los distintos niveles, asumiendo una mayor presencia a partir de séptimo básico e idealmente, a partir de segundo ciclo básico; y docentes de educación básica y educación parvularia, especializados en iniciación musical, por medio de postítulos de mención. Personalmente, creo que los educadores generalistas, con una adecuada formación musical y estética –con énfasis en el canto y la euritmia– pueden asumir en la infancia, esta función con real propiedad Docente.

¿Qué políticas públicas considera necesarias para mejorar la educación musical en la escuela y la formación docente?
La educación musical debiera ser un “tema país”, donde la continuidad de sus planes y proyectos no dependa de un cambio de gobierno. Si bien hemos avanzado cualitativamente en el currículum de educación musical escolar y Chile es parte de agendas de cooperación internacional en torno al fortalecimiento de la educación artística, aún estamos muy lejos de poder afirmar que tenemos una formación musical sólida.

Una política de Estado en torno a la educación musical y el fortalecimiento docente, debiera avanzar en la obligatoriedad de la asignatura en todos los niveles y proyectos educativos escolares, y ser impartida por educadores especialistas o con postítulo de mención; fortalecer y diversificar la formación continua a lo largo del país; habilitar e implementar aulas adecuadas para el aprendizaje de la música en sus distintas dimensiones y etapas de desarrollo, en todos los establecimientos escolares; y fomentar el intercambio de experiencias educativas exitosas, dentro y fuera de Chile.

Ha pasado bastante tiempo desde lo que fue, desde mi mirada, el último gran hito en la educación musical del país y que tuvo su origen a principio de los noventa, con el programa que hizo posible la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, bajo la iniciativa y dirección del maestro Fernando Rosas. Me refiero a la creación, el año 2001, de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles, liderada entonces por Luisa Durán, y que hoy sigue transformando la vida de niños, niñas y jóvenes de escasos recursos, y la de sus familias, por medio de la música. A las puertas del 2016, debiéramos tener más orquestas y agrupaciones musicales, corales e instrumentales en todas las comunidades escolares del país, y avanzar en políticas que fomenten la formación de audiencias desde la infancia y a lo largo de la vida. Estas son tareas aún pendientes...

Marcela del Campo es profesora de Música, académica y Coordinadora de Docencia del Departamento de Música de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE. Formación en Magister en Historia y Ciencias Sociales, UARCIS, Programa París XII Val de Marné, y de Doctorado en Psicología y Educación, Universidad de Granada, España.

http://www.revistadocencia.cl/pdf/20160222151756.pdf

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