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Lunes, 09 Julio 2018 18:25

#TituladaUMCE Catherine Berríos: "Para generar reales cambios, tienes que salir del molde" Destacado

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Catherine Berríos, a sus 42 años, vive una experiencia que ha cambiado su forma de ver el mundo. Las herramientas que adquirió cuando estudió Pedagogía en Francés en la UMCE le permitieron llevar a cabo su actual proyecto de vida, que ahora la tiene viviendo y trabajando en un orfanato en Camboya, en Asia. Su carrera la ha desarrollado conjugando sus pasiones: niños, educación, pobreza y arte.
 

Entré a estudiar a la UMCE en 2001, tenía 25 años en esos momentos y la verdad es que fue un gran hito para mí pues, debido a la plata, estaba destinada a seguir trabajando en cualquier cosa, corriendo en círculos infinitos, no estudiar en la universidad y, por supuesto, nunca llevar a cabo mi propio proyecto. Hoy día tengo 42 años y siento que dejar mi trabajo de ese entonces y entrar a Pedagogía en Francés fue la mejor cosa que pude elegir. Todo lo que vino después fue magia. 
 
Siempre supe que mi camino de vida tendría relación con las ciencias sociales. Desde chica estuve ligada a grupos donde tenía que servir al otro, en parroquias sobretodo, donde mi mamá me llevaba desde siempre, fui monitora de todo. Con el tiempo me fui dando cuenta de que en realidad no me interesaba la parte religiosa de ese mundo, sino el servicio a las otras personas. Mientras más me dedicaba a eso, más comprobaba que la sensación de bienestar que se producía cuando ayudaba (ayudábamos, siempre lo hacíamos con grupos de amigos) provocaba inmediatamente una vibración positiva en mi. Siempre se trató de dar y recibir al mismo tiempo. Fue muy fácil darme cuenta de que ser profesora sería el tema de mi vida.
 
Quería estudiar pero no tenía los medios para pagarlo y la UMCE era la universidad pública que me ofrecía opciones que me harían más fácil la vida, la que ya era complicada en esa época. Por otra parte, la UMCE era también la universidad que presentaba todas las pedagogías que me interesaban. Además tenía la magia de ser el Pedagógico, una universidad revolucionaria que cambia mundos y yo quería ser parte de eso. Siento que la UMCE acoge a los dejados de lado por todo el sistema entero. El sistema quiere plata, entonces genera instituciones que piden mucha plata y profesionales que solo buscan plata. La UMCE en ese contexto viene a ser un oasis que recibe precisamente a quienes todavía sueñan que la educación es la única alfombra mágica que abre puertas, a quienes saben perfectamente que el dinero, cuando se tiene, se convierte en un adorno que sirve en momentos, pero que no es fuente de ninguna felicidad.
 
Mis mejores recuerdos del Peda fueron probablemente en el casino cuando juntábamos los vales de colación que nos daban las asistentes sociales y armábamos una mesa grande con comida de ahí y que otros traían de las casas. Éramos varios compañeros almorzando por pura generosidad. No solamente era el hecho de comer juntos a través de donaciones, también era reírnos un montón y generar lazos super fuertes que duran hasta hoy. Creo que aprendí más en los patios y en el casino que en la sala, aunque debo reconocer que las clases de Madame Labarías, eran un éxtasis por la performance de ella: clases difíciles a morir porque, como todas nuestras clases, eran sobre una materia específica, pero enseñada directamente en francés. Fue así desde el día uno. Entonces los exámenes siempre fueron doblemente difíciles porque nos examinaban lengua y el contenido. Madame Labarías era capaz de hacer nudos con las enciclopedias y le creíamos todo. Fue una gran maestra.
 
La primera vez en una sala de clases
 
Mi primera experiencia en el aula fue alucinante, casi me puse a llorar. Fue durante mi práctica en el Liceo Guillermo Feliú, en Estación Central. Era un tercero medio, críos adolescentes súper desordenados que actuaban como sin saber si eran grandes o chicos. Me miraban raro porque lucía demasiado joven con mi delantal blanco tratando de presentarme como la autoridad delante de ellos. Ese día estaba su profesor jefe ahí y yo hice la clase desde el fondo del aula. Me tocó la clase de orientación y hablamos sobre el respeto. Creo que el hecho de cambiar la forma habitual, de no pararme adelante como suelen ser las clases tradicionales, cambió todo el ambiente. Los chiquillos se sentaron como pudieron y parecían super cómodos. Yo casi no hablé, solo les hice un par de preguntas sobre el respeto que ellos sentían desde la escuela hacia ellos y ¡plaffff!, no paraban de hablar. Fue maravilloso. Ahí supe que los chiquillos no querían repetir cosas, como suelen enseñarse las lenguas y todo. Ellos querían hablar y vieron que conmigo podían. Entonces nuestras clases siempre fueron un placer enorme. Los quise mucho y ellos me quisieron mucho. Mis experiencias posteriores se han producido igual con los alumnos de esa edad.
 
Estudiar francés me permitió viajar a Francia becada para ser asistente de español. Fue estando allá que conocí del sistema educativo francés, que es pagado por el Estado a través de los impuestos que pagan todos. Cuando volví a Chile gané una beca Conicyt que me permitió volver a Francia para hacer un Master en Ciencias Sociales con mención en Educación en la Université Lumière Lyon II. Después del Master, y mientras hacía mi memoria, fui profesora de español en escuelas de alta vulnerabilidad social, donde los alumnos son bastante menos dóciles que lo común.
 
Tanto ahí como en Chile, cuando enseñé francés (por un tiempo muy reducido pues ya sabes que el francés no es parte del curriculum y hay que hacer rituales para conseguir pega) y hasta hoy, mi gran referente ha sido el pedagogo brasileño Paulo Freire. Desde el minuto que comprendí su concepto de pedagogía del amor, mi visión hacia la educación tomó sentido y quise que ese fuera mi centro siempre, independiente de la dificultad.
 
Después de terminar mi magister volví a Chile a pagar la beca con trabajo en el servicio público. Es parte del trato que se firma con Conicyt. Lo hice feliz. Dejé definitivamente el aula y fui Coordinadora Pedagógica de la Municipalidad de Quilicura, la comuna donde crecí y donde actualmente vive mi madre, mi hermano y muchos de mis amigos. Estaba feliz de trabajar ahí. Estuve a cargo del area pedagógica, particularmente de los liceos y del área migrantes.
 
Fue una experiencia hermosa, pero muy difícil, pues tuve que lidiar con el aspecto político de la educación. Ya sabes, uno puede tener montones de conocimientos, ideas nuevas, mucha voluntad, pero uno no manda nada. Quienes mandan son los de arriba y su voluntad única de no moverse de sus escritorios y mantener sus puestos con los generosos sueldos que reciben. Fue muy complicado para mí estar en medio de eso. Sin embargo, conocí a tremendos profesionales que con nada dirigían escuelas y movían a toda la comunidad educativa. Me tocó trabajar en conjunto con quienes fueron mis propios profesores cuando era pequeña. Me quedo con lo bueno de esa experiencia que duró tres años y que marcó mi continuación en la educación porque fue cuando me di cuenta definitivamente que para generar reales cambios, tienes que salir del molde, crear tu propio asunto e ir hasta el final con ello.
 
Su vida en Camboya
 

Desde enero de 2018 vivo y trabajo en un orfanato que alberga a 72 niños de entre 3 y 16 años, en Camboya. Mi proyecto se llama "La experiencia del arte": aprendemos sobre higiene personal a través del arte. Básicamente se trata de hacer murales con mosaicos, pinturas y basura reciclada -que hay demasiada en Camboya- con el único requisito de estar limpios antes de participar. Entonces les enseño a lavarse los dientes, a bañarse y a usar sandalias.
 
Son niños con padres ausentes o sin padres directamente, muchos de ellos han sido abusados, abandonados o tratados con mucha crueldad. Tienen mucho miedo de relacionarse con otros, no tienen autoestima, se concentran muy poco, no saben trabajar en colaboración, ni saben lo que es pertenecer a algo. Nadie nunca los ha querido incondicionalmente y entonces todo eso se traduce en una profunda dificultad en sus vidas. Sin embargo, son niños brillantes, llenos de imaginación, muy cariñosos y muy valientes. Nos comunicamos con palabras sueltas en todas las lenguas, incluso en español chileno porque no puedo evitar, les hablo como si estuviera en mi casa y ellos repiten todo lo que hago. Nos morimos de risa, ellos de mí y yo de ellos. Nos queremos un montón y lo más bonito es que veo el resultado en sus caras a cada rato. Cada vez que les entrego una hoja y lápices de colores me miran muy agradecidos y se quedan ahí, pintando muy tranquilos y cien por ciento concientes.
 
Eso es lo que para mí es la educación. No tiene nada que ver con un aula, sino con la interacción entre dos, en el contexto que sea. Y el arte, los colores, las texturas, los olores, para mí son la mejor herramienta para obtener su atención y luego para concentrarse. Lo disfrutan a morir y eso me llena. Yo disfruto a la vez mirándolos a ellos. 
 
Sobre mi futuro, por el momento solo sé que me quedaré otros tres meses más con este proyecto, que fue financiado por un privado estadounidense, quien está dispuesto a seguir trabajando conmigo en este formato de residencia. En el futuro un poco más lejano  quiero seguir conjugando todas mis pasiones: niños, educación, pobreza y arte, pero bajo una institución que cree redes de protección a niños y de empoderamiento a mujeres bajo la mirada del arte. No sé en lo que resultará, pero resultará.

 

Visto 2419 veces Modificado por última vez en Martes, 10 Julio 2018 02:29
Natalia Bobadilla Zúñiga

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